Qué bonito, diciembre.

Un mensaje inesperado, que a su vez sabía que iba a llegar en algún momento. Comprensión, apoyo, ganas de saber de mí. Un abrazo tan fuerte que compensa su ausencia todo este tiempo. Una visita que llevaba esperando mucho tiempo, compartir momentos felices con personas increíbles. Risas, conversaciones y confesiones. A parte de abrazos, que, aunque pasen muchos años siguen juntando partes que están un poco rotas. Darme cuenta de que por muy lejos que esté puedo sentirla tan cerca que como cuando está a mi lado. Bailar toda la noche y buscar ligues para todas. Perder un tren por ver feliz a tú amigo un ratito más. Cuscús, noches de desenfreno y mañanas de antalgin. Despedidas que no cuestan tanto porque se que siempre está ahí. Dudas resueltas que me hacen tachar una cosa más de la lista de los asuntos por resolver. Desordenar mi habitación, pero ordenar mi vida. Mirar de cerca unos ojos que transmiten toda la inocencia del mundo. Reencuentro con personas con las que he compartido momentos de cambio pero que siguen ahí. Un fin de semana en casa, entre cobijo, consejos, apuntes, sopa y mantas. Decidir de manera improvisada un viaje con mi apoyo incondicional. Momentos de llorera acompañada por el mejor descubrimiento que he hecho en 2017.Últimos trabajos finales junto con el estrés de poder acabarlos a tiempo, pero pudiendo compartirlo con gente genial. Pensar que hace 6 años nació la niña más risueña y presumida que me alegra la vida. Volver a casa para pasar las fiestas rodeada de personas que me aportan amor y felicidad. Volver de ese viaje con mil anécdotas que contar y con un dolor de pies digno de admirar. Tirarme a la piscina y dejar los miedos en el césped. Reencuentro de tres supervivientes con ganas de vernos más. 
Muchas risas, sonrisas, carcajadas.



Paula.

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